miércoles, 4 de junio de 2008

Mabanekou fuera.

Era muy temprano por la mañana, el sol apenas nacía en el oeste tras las colinas tiñendo el cielo de azul y dejando atrás el negro nocturno.

Mabanekou se despertó, sin embargo, abatido por el cansancio, cerró los ojos rezando para que la noche durara un poco más y así durmió profundamente otra vez.

Los dorados rayos del sol se adueñaban de la habitación iluminándolo todo, Mabanekou abrió los ojos y se sintió extraño, se sintió liviano como si estuviese hecho de algún gas, como si formara parte del aire. Algo llamó su atención hacia el espejo que estaba a un costado suyo, oscilante y etéreo se sintió como aspirado por el espejo, en donde detrás, como en una ventana hacia otro lugar, una mujer de cabello negro y de piel como la arena le miraba fijamente; Mabanekou no sentía sus piernas, se sentía más bien como humo; como un espíritu; quedó frente a frente con aquel rostro desconocido; siendo atraído por una corriente de aire que lo jalaba hacia adentro, desconcertado, se agarró del marco para no ser aspirado hacia aquel portal, sin embargo, su gaseosa constitución era difícil de controlar, su cabeza fue aspirada hacia adentro; sintió mucho aire y cerró los ojos, en cuanto la ráfaga disminuyó los abrió de nuevo: todo se veía gris, después apareció suavemente la figura de su habitación dibujándose poco a poco, y junto con ella, su cuerpo tendido sobre la cama, estaba Mabanekou fuera de su forma física y viéndose dentro del espejo como un espíritu que espía tras la ventana.

Sorprendido y con un suspiro sacó la cabeza del espejo y en un soplo como una hoja en el viento cayó sobre la cama y sobre su recipiente físico. Abrió los ojos con el corazón latiendo fuertemente, se inclinó y se miró al espejo que yacía en su costado colgado en la pared; se miró extraño, como si no fuera él, sintió su cuerpo ajeno flotando sobre la cama, miró sus piernas y se sorprendió al ver dos pares de piernas, como si estuviese sentado sobre alguien acostado en la cama; pero eran sus piernas, giró entonces la cabeza para descubrir la identidad de aquel que estaba bajo de él y de nueva cuenta era el mismo, Mabanekou estaba fuera de su cuerpo, sintiéndose gas, siendo un espíritu. En un suspiro profundo se elevó, rozaba el techo mientras observaba su habitación iluminada por el sol de la mañana, en otro respiro profundo e impulsado por el mismo, salió por la ventana, flotando como una nube; no podía creer lo que veía, estaba flotando elevándose más alto sobre a ciudad.

Nunca tal sensación había abrumado su alma tan sublimemente; dejó su cuerpo para convertirse en gas, en aire y volar sobre las casas, Mabanekou no pensaba nada, su espíritu se regocijaba, con aquella sensación tan magnífica de unión con el cielo, el mundo y la naturaleza.

Desde arriba se veían las casas, Mabanekou se admiró pues nadie lo podía ver, pero él si lo veía todo, incluso algo que lo exaltó. Había gente en las ventanas de las casas viendo hacia adentro, personas sobre los techos; enseguida se dio cuenta que esas personas son los espíritus que nos acompañan pero que no podemos ver, si acaso sentir, si acaso escuchar, había muchos; entendió entonces aquella sensación de ser observado, de oír murmuro tras las paredes, entonces comprendió que ellos están aquí con nosotros, en otra frecuencia pero en la misma línea; había mujeres, hombres, ancianos, niños y mamás cargando a sus bebés; dirigió su mirada a su casa y vio a muchas personas en su ventana y pensó que seguramente ellos habían descubierto que en aquel hombre durmiendo no había más que huesos y sangre.

Quería impulsarse para ir a lugares lejanos, hasta donde el sol no alcanza a brillar, quiso ir hasta donde su maestro y amigo se encontraba; al momento de quererse impulsar una sensación en sus manos le hizo detener: electricidad dentro de sus dedos y una luz verde que manaba de ellos, no sabía qué era, pero se sentía bien, supo que algo especial había en esa luz verde llena de energía. Mientras miraba sus manos un fuerte aire lo iba empujando de regreso a su habitación, aunque luchó por permanecer, se desvaneció de aquel cielo y cayó sobre su forma material.

Al momento de encajar en su cuerpo dormido, suspiró profundo y abrió los ojos, miró hacia la ventana, vio el espejo, se levantó rápidamente de la cama y trató de meter la cabeza dentro, con un golpe se dio cuenta que era imposible, esta vez había regresado por completo dentro de sí.

Se sentó, cerró los ojos y comenzó a recordar lo que había vivido, orando al Padre/Madre/Dios que contestara sus preguntas: “¿qué tengo en mis manos?” “¿por qué ellos siempre están mirándome?” “¿qué hago?”.

Se quedó en silencio por un tiempo, esperando que llegara la noche para poder dormir y poder volar, y quizá, allá arriba, encontrar su camino.




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