jueves, 22 de mayo de 2008

El hombre

Estaba el último hombre, sin saber que era el primero, muy arriba cerca del cielo.
Subió la montaña tras muchos días de lucha contra el viento, la lluvia y la presión, los elementos eran sólo un reflejo de la lucha que en su interior se libraba. “lo más difícil fue tomar la decisión” – pensaba cuando estaba en lo más alto – cuando me di cuenta que no tuve nada que perder, porque no tengo nada, nunca lo tuve, el amor se murió para mí cuando mi padre murió; cuando mis amigos partieron buscando la senda de la pasión. Yo me quedé, sin saber qué hacer, confundido, me sentí solo entre tanta gente mientras el futuro incierto me asustaba. Quise seguir las reglas de la sociedad: trabajar, tener cosas, tener hijos, tener más cosas, después tener más y después morir tranquilo; sin embargo eso nunca me llenó, nunca lo deseé, busque el amor y encontré mentira, infidelidad e hipocresía ¿cómo podía basar mi vida en falsedades? Por eso vine hasta aquí, hasta lo más alto para hablar contigo Dios, para que des respuesta a las preguntas que estallan en mi pecho, me hieren pues la ignorancia me invade. Aquí, donde nadie nos puede ver, háblame Padre eterno, soy de tus hijos el menor y el más impaciente, deja que te escuche, háblame de mí y dime qué debo hacer, no confío en mí, más mi vida y mi corazón te entrego Padre celestial, me encuentro perdido y fuera de lugar, ayúdame a entender tus misteriosos caminos, porque a veces me siento aplastado por la vida; estamos solos ahora, y si tu quieres yo no le digo a nadie que estuve contigo. Mírame Dios, he luchado contra los elementos para llegar hasta aquí, tengo miedo a tu silencio más que a una muerte blanca bajo la nieve. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo hago el bien y doy amor cuando todos ponen barreras para hacerlo? No soy diferente al perro ni al pájaro, ni diferente del río ni del manzano; pero no se cómo cumplir mi destino; el ave canta y vuela por los cielos y esa es su misión; el río avanza suave y a veces tempestuoso para llegar al mar y esa es su misión; Padre, ¿cuál es la mía?

He nacido pobre y no me interesan las riquezas, vivo el amor para todos y no me limito a una sola persona, vivo como vive el oso y como vive el sol. Tú me hiciste gran Universo, yo te pedí venir aquí. Mientras estaba nadando en el vientre de mi madre me sentí tan feliz que olvidé para qué te pedí llegar; y llegué entonces sin memoria, en blanco y después de todo este tiempo no lo he podido recordar, he abierto los ojos para encontrarlo y lo que encuentro es el implacable silencio. Soy buen hombre, poco listo pero de gentil corazón, confío siempre en los demás, pues sé que la divinidad existe dentro de todos. Vengo a pedirte que me liberes y me regales el “cómo”, que me brindes la manera, porque pecaré de igual manera al no compartir la luz al que vive en la oscuridad, que dejando que esa luz se extinga en una tenue flama como si nunca huera existido.

Hincado sobre la punta más alta de la cordillera, aquel hombre ofuscado, puso sus manos sobre el rostro y rompió a llorar murmurando: “ayúdame a entender” “yo confío”. Repetía mientras las lágrimas caían congeladas sobre la gélida nieve. El aire corría frío y severo alborotando su cabello, haciéndole temblar desde los huesos, pero nada lo iba a detener, iba a esperar a la muerte antes de irse sin respuestas; mil cuchillos atravesaban su cara, sus manos y pies, hincado aferrado a sí mismo y a su fe, se mantuvo hasta que poco a poco se durmió, su corazón latía tan lento como su esperanza y su respiración era tan liviana como los copos de nieve que lentos lo iban cubriendo.

Llévame contigo si eso quieres – decía en su mente – toma mi vida y haz lo que tu sagrada voluntad decida, si quieres que me quede, me quedo, sólo ayúdame a entender…mejor aun Padre mío, amplía mi fe, ayúdame a creer, ayúdame hermano Dios a amar hasta el final.

Dentro de su alma pero fuera de sí mismo, una voz fuerte y grave pero gentil y protectora se escuchó, las sensaciones corpóreas eran ambiguas y extrañas, electricidad, calor, movimiento sin control, colores y destellos, sin embargo todo estaba envuelto por un aura de paz. Y entonces se escuchó: ¿has venido hasta aquí para encontrar respuestas? ¿Has arriesgado tu cuerpo-templo para saciar tu curiosidad? En verdad te digo hermano, hijo, tu estás dentro de mí y yo de ti, no era necesario venir hasta aquí y pasar frío mi pequeño; sólo bastaba cerrar los ojos, respirar profundo, estar en silencio y saber esperar, pues el universo completo está en tu corazón y más vale que seas un animal como el perro o como el ave, antes que tu corazón se pudra con el oro y se oxide con la ambición. Hermano, hijo, abre tu corazón y escucha, sigue a tu intuición más que a la razón, la única verdad es el amor, tienes oídos, escucha.

Se derramó en su etéreo pecho una cascada de sangre y luz llenando al último hombre de vida y bienestar; quiso hablar agradecer al Padre/Madre/Dios/Universo, pero su garganta estaba cerrada y de su boca sólo salía el silencio; cerró sus ojos y miró hacia adentro y viajando a través de las nubes de estrellas, vio al sol llameando fulgoroso en el espacio dando calor y vida, pasó cerca del planeta del amor y se llenó de un gas rosa que hinchó su corazón, vio un planeta azul con una hermosa perla al lado; brillante, húmedo, siempre en movimiento y se sintió atraído por aquel azul que radiaba vida, vio el océano y los desiertos, los glaciares y la gente; vio una gran montaña y se dirigió a ella, volando entre las nubes se acercó y vio un bulto entre las rocas.

Se dio cuenta que era él: frágil, débil, como un niño perdido lleno de temor, sonrió al verse y derramó lágrimas de ternura al verse como él mismo se describía: como una criatura más, como un animal, como el menor de los hijos de Dios, pequeño y sutil como una flor que se abre en primavera; se observó por un momento, el interior de aquel hombre viendo su carne y sintiendo su alma, y de su alma, un gran fulgor lo cegó, cuando una emoción se transformó en palabras y se dijo: “te amo”.

El hombre se sintió en su cuerpo nuevamente y su corazón saltaba al recordar aquel sueño en donde Dios le había hablado; había abierto una puerta escondida, una verdad oculta, un río secreto que se abría paso para refrescar su interior. Entonces se sintió muy bien, el brillo de sus ojos era de paz y no de miedo, seguía con su alma de niño, pero ahora era fuerte y tenía fe en el futuro.

Gracias Padre – murmuraba con emoción – gracias por hablarme, gracias por responder a mi clamor, gracias por poner los ojos sobre este pequeño hijo tuyo, me has llenado de luz y claridad, mi confusión es ahora un arcoiris donde encuentro mil caminos que recorrer, Padre soy diminuto pero mi alma se engrandece con tu voz, mi corazón es infinito para compartir y ahora soy feliz, ahora confío en tu bendita sabiduría, sé que abrirás los caminos para que pase y sirva a aquellos que necesitan del amor, yo estaré Padre, para ayudar, para orar y compartir. Ahora bajaré esta montaña, la puerta de Dios, y regreso al mundo, bajaré para compartir con mis hermanos, las buenas noticias del espacio, de la casa de Dios en donde estuve hoy.

El hombre abrió los ojos y no sentía más el frío, el viento era gentil y ligero, la nieve había desaparecido y el sol estaba tan cerca de él que lo podía alcanzar. “¿Cuánto tiempo me dormí?” – pensaba el hombre - Bajó a la pradera y las flores llenaban el campo, aves de todos colores volaban por doquier y en el lago a lo lejos, el reflejo del sol hacía brillar el agua como estrellas. Era primavera.

El último hombre dijo: “no conozco el futuro, vivo el presente, siento la vida y camino junto a ella; estoy feliz, estoy.
Yo soy.
Yo soy Dios.
Yo soy amor.
Yo soy el mundo.
Yo soy.
!Yo soy!

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